lunes, 3 de agosto de 2009

Los “periodistas” del Grupo Clarín (excelente comentario de Rebelión)

La Noble Ernestina, de Pablo Llonto: El extraño caso de un periodista argentino ejerciendo un supremo acto de libertad

Rebelión y Tlaxcala


Pablo Llonto trabajó en el diario Clarín de Buenos Aires entre 1978 y 1999. Desde 1984 fue delegado sindical. Es periodista y abogado, “una de las causas por las que Clarín no me dejó entrar más, bajo la acusación de que no podía tolerar a un delegado que además es delegado y le dice a la gente lo que tiene derecho a reclamar y además los patrocina”.

Coherente con sus dos profesiones, el autor no escatima en pruebas que demuestran los cargos que pesan sobre Ernestina Herrera de Noble, dueña del monopolio: nada menos que apropiación de bebes hijos de detenidos desaparecidos durante la dictadura militar.

A partir de allí entramos en el largo y sinuoso camino, no exento de magnificencia, que conduce a la impunidad que en Argentina se otorga a los criminales adinerados.

No es un hecho menor, desde ya, el juicio y prisión al que han sido sometidos algunos de los genocidas, y los próximos juicios a realizarse. Pero justamente por ello, ¿hasta cuándo gozará de prebendas judiciales la viuda del fundador del diario Clarín y sus cómplices en el delito de apropiación? ¿Por qué de eso no se habla? ¿Por qué ella y sus secuaces son considerados personas respetables por la opinión pública? ¿Será, tal vez, que la corporación periodística argentina no se da por aludida ante este hecho? ¿Será que la cláusula de conciencia por aquí no se escucha?

No olvidemos que la mayoría de los empleados del monopolio dicen ser periodistas, y como si eso fuera poco, dicen ser “periodistas independientes”.

A lo largo de la investigación, Pablo Llonto relata una serie de circunstancias que nos demuestran claramente por qué actúan como actúan y por qué, justamente, son lo que son: “tinterillos”. Vayan tan solo dos ejemplos:

Nadie en toda la empresa se rebela ante la existencia de “los archivos de inteligencia más completos de los periodistas argentinos que descansa en el tercer piso del edificio de Clarín. Allí, cuenta Llonto, se guardan encarpetados los legajos con los seguimientos a cada redactor, realizados por agencias privadas de investigación: “Las planillas se separan por rubros: Antecedentes ideológicos, Antecedentes penales y Antecedentes ideológicos”. O sea, los periodistas del grupo saben que son investigados y lo aceptan... Es muy pero muy impresionante constatar en estos empleados que el esclavo se ha hecho cargo de las razones del amo y las ha hecho suyas, y luchan por ellas, las defienden como propias en nombre de una libertad de prensa mancillada por ellos mismos.

En 1992, los reporteros gráficos recibían un modelo de nota dirigida a la directora, Ernestina Herrera de Noble, en la que cada fotógrafo manifestaba que cedía a la empresa los derechos de autor de todas las fotografías que sacara de allí en adelante y de todo su material de archivo. Llonto reproduce el texto: “Por la presente dejo constancia que en virtud de la relación permanente que me une al diario Clarín, las fotografías que se publiquen con mi nombre han sido adquiridas por la sociedad Artegráfico Editorial Argentino S.A. [o sea, Clarín] y son propiedad de la misma. La precedente manifestación tiene el alcance de reconocer que ha cedido al diario el derecho de reproducción de tales fotografías y la consecuente facultad para oponerse a que la misma se efectué por mí o por terceros sin autorización”.

El fin era crear un departamento de venta de fotos a terceros. Así, la ley 11723, protectora de los derechos de autor, creada por el fundador de Clarín, Roberto Jorge Noble, era derogada en su propio diario, por su viuda y su alter ego Héctor Magneto. Al que no firmaba se le sacaba el crédito de la foto: “...ni los delegados que guardaban largo silencio, y mucho menos los gremios, convocaron a la gente a asambleas. Un solo fotógrafo, uno, 1 se animó a negarse, y por supuesto fue despedido, se trató de Ángel Juárez... vaya a saber en que andaban los talibanes del derecho de autor que asolan las pampas argentinas.”

Para muestra es bastante y da asco. Es indignante e irracional la actitud de los periodistas-empleados. Y más asco da la genuflexión actual ante el poder del monopolio. Pablo Llonto, en una muestra más de su absoluta dignidad, de alguna manera los disculpa y los entiende. Sostiene en el prólogo: “El terror a las represalias de los por ahora anónimos informantes , la mayoría de ellos ya sin relación con Clarín, merece respeto. Y sería injusto mencionar a los que sí autorizaron su publicación ya que dejarían a los demás como cobardes”. Yo me pregunto, ¿cómo llamarlos, si no? ¿Cuál es el otro nombre para designar la cobardía?

A esta misma línea de los “no-llamados cobardes” responden las “estrellas” del periodismo actual que se ven, escuchan y leen todos los días en alguno de los medios del grupo, y que despotrican por la falta de libertad de prensa, cuando la realidad no concuerda con la de la dueña de sus vidas.

Leer y difundir el libro de Pablo Llonto es un deber de conciencia para todos aquellos que todavía creemos en la libertad y en que de alguna manera hay que recuperar la conciencia.

La cobardía nunca es un buen lugar para vivir.

La Noble Ernestina, Editorial Punto de Encuentro 2007.

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