viernes, 23 de noviembre de 2007

Mariano Moreno

Mariano Moreno fue la llama que encendió la Primera Junta y, aunque no tuvo una actuación destacada en los acontecimientos de la Semana de Mayo, cuando asumió como secretario del primer gobierno patrio, empezó su actividad revolucionaria que marcaría fuertemente este proceso.

En ese marco, Moreno buscaba borrar todo rastro del yugo español y por esto describe un cuadro de situación jurídico y social con las diferencias entre los americanos y los españoles europeos en América: “El español europeo que pisaba en ellas (estas tierras) era noble desde su ingreso, rico a los pocos años de residencia, dueño de los empleos y con todo el ascendiente que da sobre los que obedecen, la prepotencia de hombres que mandan lejos de sus hogares... y aunque se reconocen sin patria, sin apoyo, sin parientes y enteramente sujetos al arbitrio de los que se complacen de ser sus hermanos, les gritan todavía con desprecio: americanos, alejaos de nosotros, resistimos vuestra igualdad, nos degradaríamos con ella, pues la naturaleza os ha criado para vegetar en la obscuridad y abatimiento”.

Se lo acusó de Jacobino por la firmeza de sus propósitos y decisiones como cuando presentó su Plan de Operaciones y aclaró al público que “no debía escandalizarse por el sentido de mis voces de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa.

Para conseguir el ideal revolucionario hace falta recurrir a medios muy radicales”. Y en ese tono explicaba que había que seguir “la conducta más cruel y sanguinaria con los enemigos” para alcanzar el fin más importante: la total independencia.

El Secretario era el fogonero de los sectores que buscaban algo más que un cambio administrativo. Es decir, los que querían cambios económicos y sociales más profundos.

En ese pensamiento Moreno creía que la revolución había que monitorearla desde Buenos Aires, ya que, según su lógica, el interior continuaba siendo controlado por las elites conservadores vinculadas al poder anterior.

El presidente de la Junta Cornelio Saavedra, referente de los moderados conciliadores con las ex autoridades coloniales, era su más enconado adversario y para desprestigiar a Moreno compara su accionar con el de Robespierre.

Como explica Noemí Goldman “la referencia negativa a la Revolución Francesa es empleada por Saavedra para atacar a su enemigo. Sus acusaciones no están desprovistas de pasión, pues la lucha entre dos tendencias se había polarizado entre los dos hombres”.

Y para reafirmar este concepto Goldman agrega: “La etiqueta de Malvado de Robespierre aplicada por Saavedra a su adversario apunta a esa caracterización de la revolución como regeneración del viejo orden, como al contenido y a la forma de aplicación de un programa revolucionario que lejos de haber sido precedentemente elaborado por Moreno fue resultado de la concreta lucha política”.

Tanta osadía no es soportada por los personeros del poder y los privilegios. Así comienza una campaña para aislarlo de sus aliados (como Juan José Castelli que es enviado como jefe del ejercito patrio al Alto Perú y Manuel Belgrano, con la misma función, va al Paraguay) y que tiene su toque final con la incorporación de los delegados del interior que se incorporan al poder ejecutivo y no al Congreso Constituyente como pretendía Moreno.

Con su poder debilitado renuncia como Secretario de la Junta y luego se le designa a una misión a Londres. En el trayecto hacia su destino, muere en alta mar, en extrañas circunstancias . Su acción política abarca sólo seis meses de nuestra historia, pero su ejemplo revolucionario perdura por siempre en el imaginario de una patria justa, libre y soberana.

Moreno Textual

“El más seguro recurso de los tiranos es la división de los pueblos, pues equilibrada entonces su fuerza, quedan al fin despedazados y sujetos”.(...)

“No puede atacarse impunemente los derechos de los pueblos. En los particulares súbditos es un crimen de traición; pero en los magistrados y autoridades es la más enorme y sacrílega violación de la fidelidad que deben a la confianza pública, y a las leyes constitucionales de sus empleos. Las autoridades todas derivan de los pueblos, en su primer origen, el poder que sobre ellos ejercen, y por una ley suprema, que es la suma de todas las instituciones políticas es manifiesto, que no lo confirieron para que, abusando en su ejercicio, lo convirtiesen en destrucción del mismo de quien lo han recibido”.(...)

“¿Creen que los hijos del país puedan volver a las cadenas? ¿No conocen los enemigos que, aún cuando logren nuestro exterminio, nuestros hijos han de vengar la muerte de sus padres?”. (...)

“Causa ternura el celo con que se esfuerza el Pueblo para socorrer el Erario en los gastos precisos para la expedición. Las clases más pobres de la Sociedad son las primeras que se apresuraron a porfía a consagrar a la patria una parte de su escasa fortuna: empezarán los ricos las erogaciones propias de su caudal y de su celo, pero aunque un comercio rico excite la admiración por la gruesa cantidad de donativo, no podrá disputar ya al pobre el mérito recomendable de la prontitud de sus ofertas”. (...)

“La libertad de los pueblos no consiste en palabras, ni debe existir en los papeles solamente. Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad; y este cántico maquinal es muy compatible con las cadenas y opresión de los que lo entonan”.(...)

“El gobierno antiguo nos había condenado a vegetar en la oscuridad y abatimiento, pero como la naturaleza nos ha criado para grandes cosas, hemos empezado a obrarlas, limpiando el terreno de tanto mandón ignorante”. (...)

“Desde el descubrimiento empezó la malicia a perseguir unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas. Se ve continuamente sacarse violentamente a estos infelices de sus hogares y patrias, para venir a ser víctimas de una disimulada inmolación. Se ven precisados a entrar por conductos estrechos y subterráneos cargando sobre sus hombros los alimentos y herramientas necesarias para su labor, a estar encerrados por muchos días, a sacar después los metales que han excavado sobre sus propias espaldas, con notoria infracción de las leyes, que prohiben que aun voluntariamente puedan llevar cargar sobre sus hombros, padecimientos que, unidos al mal trato que les es consiguiente, ocasionan que de las cuatro partes de indios que salen de la mita, rara vez regresen a sus patrias las tres enteras”. (...)

Su vida

Nació en Buenos Aires el 23 de septiembre de 1778. Su padre, Manuel Moreno y Argumosa, era funcionario de la Tesorería de las Cajas Rurales.

Su madre, Ana María Valle, era una de las pocas mujeres en Buenos Aires que sabía leer y escribir, y con ella aprendió sus primeras letras. Su aprendizaje posterior estuvo limitado por las escasas posibilidades económicas de su familia: la escuela del Rey y el Colegio de San Carlos, que sólo se lo admitió como oyente.

Fray Cayetano Rodríguez, uno de los maestros de Moreno, le abrió la biblioteca de su convento. Su aspiración de seguir estudios en la Universidad de Chuquisaca se vio postergada hasta que su padre pudo reunir el dinero necesario.

Finalmente, en noviembre de 1799, Moreno emprendió la travesía hacia el Norte. Dos meses y medio de viaje, incluyendo quince días de enfermedad en Tucumán, fueron el prólogo de la nueva etapa de su vida.

Moreno tenía veintiún años cuando llegó a Chuquisaca. Allí trabó una profunda amistad con el canónigo Terrazas, hombre de gran cultura que le facilitó el acceso a su biblioteca y lo incluyó en su círculo de amigos y discípulos.

Respetando la voluntad de su padre, en 1800 siguió los cursos de teología en la universidad de Chuquisaca. Un año después se doctoró e inició los cursos de derecho.

De todos los autores que frecuentó en la biblioteca de Terrazas, Juan de Solórzano y Pereyra y Victorián de Villalba, le dejaron la más profunda huella. Solórzano reclamaba, en su Política Indiana, la igualdad de derechos para los criollos.

Villalba, en su Discurso sobre la mita de Potosí, denunciaba la brutal esclavitud a que se sometía a los indios en las explotaciones mineras. También fue en aquella biblioteca donde Moreno tomó contacto con la obra de Rousseau y quedó impresionado por su estilo directo y contundente: "El hombre es libre, pero en todas partes se halla encadenado", decía el autor de El contrato social.

En 1802, Moreno visitó Potosí y quedó profundamente conmovido por el grado de explotación y miseria al que eran sometidos los indígenas en las minas.

De regreso a Chuquisaca, escribió su Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios. En 1804, Moreno se enamoró de una joven de Charcas, María Guadalupe Cuenca.

Se casaron a poco de conocerse y un año después, nació Marianito. La situación de los Moreno en Chuquisaca se estaba tornando complicada.

Entre 1803 y 1804, Moreno había hecho su práctica jurídica en el estudio de Agustín Gascón, asumiendo la defensa de varios indios contra los abusos de sus patrones.

Las presiones aumentaron y Moreno decidió regresar a Buenos Aires con su familia. A poco de llegar, a mediados de 1805, comenzó a ejercer su profesión de abogado y fue nombrado Relator de la Audiencia y asesor del Cabildo de Buenos Aires.

En 1809 escribió su célebre Representación de los hacendados donde defiende la libertad de comercio. La redacción de este documento acercó a Moreno a los sectores revolucionarios, que venían formándose desde las invasiones inglesas, y de los que se había mantenido a una prudente distancia.

Tal vez por eso lo haya sorprendido el nombramiento como secretario de la Primera Junta de Gobierno, según cuenta su hermano Manuel. Bajo su impulso, la Junta produjo la apertura de varios puertos al comercio exterior, redujo los derechos de exportación y redactó un reglamento de comercio, medidas con las que pretendió mejorar la situación económica y la recaudación fiscal.

Creó la biblioteca pública y el órgano oficial del gobierno revolucionario, La Gazeta, dirigida por el propio Moreno. Por una circular del 27 de mayo de 1810, la Junta invitaba a las provincias interiores a enviar diputados para integrarse a un Congreso General Constituyente.

En Buenos Aires, el ex virrey Cisneros y los miembros de la Audiencia trataron de huir a Montevideo y unirse a Elío (que no acataba la autoridad de Buenos Aires y logrará ser nombrado virrey), pero fueron arrestados y enviados a España en un buque inglés.

En Córdoba se produjo un levantamiento contrarrevolucionario de ex funcionarios españoles desocupados, encabezado por Santiago de Liniers. El movimiento fue rápidamente derrotado por las fuerzas patriotas al mando de Francisco Ortiz de Ocampo. Liniers y sus compañeros fueron detenidos.

La Junta de Buenos Aires ordenó que fueran fusilados, pero Ocampo se negó a cumplir la orden por haber sido compañero de Liniers durante las invasiones inglesas. Encargó entonces la tarea a Juan José Castelli, quien cumplió con la sentencia, fusilando a Liniers y sus cómplices el 26 de agosto de 1810.

En julio, la Junta había encargado a Moreno la redacción de un Plan de Operaciones, destinado a unificar los propósitos y estrategias de la revolución. En el Plan de Operaciones, Moreno propuso promover una insurrección en la Banda Oriental y el Sur del Brasil, seguir fingiendo lealtad a Fernando VII para ganar tiempo, y garantizar la neutralidad o el apoyo de Inglaterra y Portugal, expropiar las riquezas de los españoles y destinar esos fondos a crear ingenios y fábricas, y fortalecer la navegación.

A poco de asumir el nuevo gobierno, se habían evidenciado las diferencias entre el presidente, Saavedra, y su secretario. Moreno, preocupado por los sentimientos conservadores que predominaban en el interior, entendió que la influencia de los diputados que comenzaban a llegar sería negativa para el desarrollo de la revolución.

A partir de una maniobra de Saavedra, estos diputados se fueron incorporando al Ejecutivo, y no al prometido Congreso Constituyente. Moreno se opuso y pidió que se respetara la disposición del 27.

Pero estaba en minoría y sólo recibió el apoyo de Paso. Cornelio Saavedra, moderado y conciliador con las ex autoridades coloniales, había logrado imponerse sobre Mariano Moreno. Para desembarazarse de él lo envió a Europa con una misión relacionada con la compra de armamento.

Moreno aceptó, quizás con la intención de dar tiempo a sus partidarios para revertir la situación, y quizás también para salvar su vida.

La fragata inglesa Fama soltó amarras el 24 de enero de 1811. A poco de partir Moreno, que nunca había gozado de buena salud, se sintió enfermo y le comentó a sus acompañantes: "Algo funesto se anuncia en mi viaje...". Las presunciones de Moreno no eran infundadas.

Resulta altamente sospechoso que el gobierno porteño hubiera firmado contrato con un tal Mr. Curtís el 9 de febrero, es decir, quince días después de la partida del ex secretario de la Junta de Mayo, adjudicándole una misión idéntica a la de Moreno para el equipamiento del incipiente ejército nacional.

El artículo 11 de este documento aclara "que si el señor doctor don Mariano Moreno hubiere fallecido, o por algún accidente imprevisto no se hallare en Inglaterra, deberá entenderse Mr. Curtís con don Aniceto Padilla en los mismos términos que lo habría hecho el doctor Moreno".

Al poco tiempo de partir Moreno hacia su destino londinense, Guadalupe, que había recibido en una encomienda anónima un abanico de luto, un velo y un par de guantes negros, comenzó a escribirle decenas de cartas a su esposo que nunca llegaron a destino.

Mariano Moreno murió el 4 de marzo de 1811, tras ingerir una sospechosa medicina suministrada por el capitán del barco. Su cuerpo fue arrojado al mar envuelto en una bandera inglesa. Su mujer se enteró de la trágica noticia varios meses después, cuando Saavedra lanzó su célebre frase: "Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego".

Los boticarios de la época solían describir los síntomas producidos por la ingesta de arsénico como a un fuego que quema las entrañas.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

Bibliografía:

- Goldman, Noemí. Historia y lenguaje, Los discursos de la Revolución de Mayo. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992.
- Pigna, Felipe. Los mitos de la historia argentina. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2003.
- Fernández, Belisario y Castagnino, Eduardo. Guión Moreniano. Buenos Aires, Ediciones La obra, 1964.
- Candia, Enrique. Las ideas políticas de Mariano Moreno, Autenticidad del plan que le es atribuido. Buenos Aires, Peuser, 1946.
- De Vedia y Mitre, Mariano. Jornadas Argentinas. Buenos Aires, Librería e Imprenta de Mayo, 1912.

www.causapopular.com.ar/article1922.html

Por Roberto Koira, especial para Causa Popular.


Hombre de ideas: Bernardo de Monteagudo

Bernardo de Monteagudo fue uno de los más importantes ideólogos de la independencia americana. Mano derecha de Juan José Castelli y José de San Martín (también colaboró con Simón Bolívar) convierte su palabra en la mejor herramienta para terminar con el yugo español en América. En este sentido, su camino lo transita mayormente en las letras y en el periodismo, aunque también se destaca como un hombre de acción revolucionaria.

Para la historiadora Elena Altuna: “su actuación no fue secundaria, sino complementaria de la de los libertadores y la ejerció, fundamentalmente, en el terreno de las ideas. Los escritos de Monteagudo conservan el valor de la prédica”. Su discurso revolucionario nace a partir de la lectura histórica y la filosofía clásica, pero con una profunda observación de los hechos y del proceso emancipatorio.

En el plano de la acción Monteagudo insiste en que es menester realizar con hechos y no con palabras la revolución. Así escribe: “Necesitamos hacer ver con obras y no con palabras esos augustos derechos que tanto hemos proclamado”. Esto lo lleva a comprender que la independencia o sea la ejecución del acto jurídico no hace más que confirmar un derecho natural previo.

Castelli y Monteagudo, ambos fervientes morenistas, entendían que por derecho natural todos los hombres eran iguales y como ciudadanos debían participar con las mismas atribuciones en la conducción política de la sociedad. Por esto no es casual que entre ambos redacten la proclama de Tiawanaku donde se declara los derechos de los indios.Y esa línea de pensamiento del tucumano se extiende a otros actores sociales del momento, cuando afirma: “¿En qué clase se considera a los labradores? ¿Son acaso extranjeros o enemigos de la patria para que se les prive del derecho a sufragio? Jamás seremos libres, si nuestras instituciones no son justas”.

Una de sus principales armas para la difusión de las ideas de independencia fue la Sociedad Patriótica, el primer club político, donde Monteagudo reafirma el pensamiento de Moreno y lo convierte en una tradición. Y él mismo se transforma en su evolución, así lo confirma Noemí Goldman: “La expresión a veces contradictoria de la argumentación morenista en cuanto a este derecho, se convierte en Monteagudo en lenguaje abiertamente independentista”.

Como pondera el historiador Jorge Correa, Monteagudo fue principalmente americano, ya que su patria fue todo el continente. Al igual que San Martín y Bolivar nunca lo contuvieron las fronteras nacionales, que además no estaban definidas por esa época. Argentina, Chile y Perú, los países donde ocupó importantes cargos públicos, recién se estaban conformando luego del desmembramiento del imperio español.

Su mayor escollo fue vivir en una época contradictoria. Monteagudo no escapó de esta disyuntiva, todo lo contrario. Y según Correa: “Las ideas democráticas de los inicios de la revolución debieron afrontar una dura prueba ante la influencia del conservatismo europeo. Las contradicciones embargaron a los patriotas y muchos ven un abismo entre el Monteagudo de 1812 y el de 1823”. Pero ese objetivo de independencia no sufrió mella y sus dudas sólo aparecían sobre la forma de gobierno de las nuevas naciones. Como producto de estas contradicciones su gestión como funcionario en el Perú fue muy polémica y sufrió el destierro de este país en 1822. Así, cuando volvió a pedido de Simón Bolivar, fue asesinado en Lima en enero de 1825.

Sin embargo, como aclara Elena Altuna: “La importancia de esta polémica figura aparece algo opacada frente a la de otros actores del momento cuyo estatutos de héroes seguramente incide en la consideración de este difusor de la independencia”. Esto último resalta su figura y su espíritu revolucionario.

Monteagudo textual

“Todos aman a su patria y muy pocos tienen patriotismo: el amor a la patria es un sentimiento natural, el patriotismo es una virtud: aquel procede de la inclinación al suelo donde nacemos y el patriotismo es un hábito producido por la combinación de muchas virtudes, que derivan de la justicia. Para amar a la patria basta ser hombre, para ser patriota es preciso ser ciudadano, es decir tener virtudes de tal”. (...) “La esperanza de obtener una magistratura o un empleo militar, el deseo de conservarlo, el temor de la execración pública y acaso un designio insidioso de usurpar la confianza de los hombres sinceros: estos son los que forman los patriotas de nuestra época”. (...) “Muy fácil sería conducir al cadalso a todos los tiranos si bastara esto el que se reuniese una porción de hombres y dijesen a todos en una asamblea, somos patriotas y estamos dispuestos a morir para que la patria viva: pero si en el medio de este entusiasmo el uno huyese del hambre, el otro no se acomodase a las privaciones, aquel pensase en enriquecer sus arcas y este temiese sacrificar su existencia, su comodidad, prefiriendo la calma y el letargo de la esclavitud a la saludable agitación y los dulces sacrificios que aseguran la libertad, quedarían reducidos todos aquellos primeros clamores a una algarabía de voces insignificantes”. (...) “Ningún hombre que se considere igual a los demás, es capaz de ponerse en estado de guerra, a no ser por una justa represalia. El déspota atribuye su poder a un origen divino, el orgulloso que considera su nacimiento o su fortuna como una patente de superioridad respecto de su especie, el feroz fanático que mira con desdén ultrajante al que no sigue sus delirios, el publicista adulador que anonada los derechos del pueblo para lisonjear a sus opresores, el legislador parcial que contradice en su código el sentimiento de la fraternidad haciendo a los hombres rivales unos de otros e inspirándoles ideas falsas de superioridad, en fin, con la espada, la pluma o el incensario en la mano conspira contra el saludable dogma de la igualdad, este es el que cubre la Tierra de horrores y la historia de ignominiosas página: este es el invierte el orden social”. (...) “Tales son los desastres que causa el que arruina ese gran principio de la equidad social; desde entonces, el poderoso puede contar con sus derechos; solo sus pretensiones se aprecian como justas: los empleos, las magistraturas, las distinciones, las riquezas, las comodidades, en una palabra, todo lo útil, viene a formar el patrimonio quizá de un imbécil, de un ignorante, de un perverso a quien el falso brillo de la cuna soberbia o una suerte altiva eleva el rango del mérito, mientras el indigente y oscuro ciudadano vive aislado en las sombras de la miseria, por más que su virtud le recomiende, por más que sus servicios empeñen la protección de la ley, por más que sus talentos atraigan sobre él la veneración pública”. (...) “La Tierra se pobló de habitantes; los unos opresores y los otros oprimidos: en vano se quejaba el inocente; en vano gemía el justo; en vano el débil reclamaba sus derechos. Armado el despotismo de la fuerza y sostenido por las pasiones de un tropel de esclavos voluntarios, había sofocado ya el voto sato de la naturaleza y los derechos originarios del hombre quedaron reducidos a disputas, cuando no eran combatidos con sofismas. Entonces se perfeccionó la legislación de los tiranos: entonces la sancionaron a pesar de los clamores de la virtud, y para oprimirla llamaron a su auxilio el fanatismo de los pueblos y formaron un sistema exclusivo de moral y religión que autorizaba la violencia y usurpaba a los oprimidos hasta la libertad de quejarse, graduando el sentimiento por un crimen”. (...) “Una religión cuya santidad es incompatible con el crimen sirvió de pretexto al usurpador. Bastaba ya enarbolar el estandarte de la cruz para asesinar a los hombres impunemente, para introducir entre ellos la discordia, usurparles sus derechos y arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo. Sólo los climas estériles donde son desconocidos el oro y la plata, quedaban de este celo fanático y desolador”. (...) “La tiranía, la ambición, la codicia, el fanatismo, han sacrificado a millares de hombres, asesinando a unos, haciendo a otros desgraciados y reduciendo a todos al conflicto de aborrecer su existencia y mirar la cuna que nacieron como el primer escalón del cadalso donde por espacio de su vida habían de ser víctimas del tirano conquistador. Tan enorme peso de desgracias desnaturalizó a los americanos hasta hacerlos olvidar que su libertad era imprescriptible: y habituados a la servidumbre se contentaban con mudar de tiranos sin mudar de tiranía”. (...) “Un usurpador no es más que un cobarde asesino que sólo se determina al crimen cuando las circunstancias le aseguran la ejecución y la impunidad: teme la sorpresa y procura prevenir el descuido: la energía del pueblo lo arredra y así espera que llegue a un momento de debilidad o caiga en la embriaguez febril de sus pasiones: el conoce que mientras la libertad sea objeto de los votos públicos, sus insidias no harán más que confirmarlas, pero cuando en las desgracias comunes cada uno empieza a decir ‘yo tengo que cuidar mis intereses’, este es el instante en que el tirano ensaya sus recursos y persuade fácilmente a un pueblo aletargado que la fuerza es un derecho”. (...) “La soberanía reside solo en el pueblo y la autoridad en las leyes: ella debe sostener que la voluntad general es la única fuente de donde emana la sanción de esta y el poder de los magistrados: debe demostrar que la majestad del pueblo es imprescriptible, inalienable y esencial por su naturaleza”. (...)

Su vida

Nació en Tucumán en 1789. Estudió en Córdoba y Chuquisaca; intervino en el movimiento revolucionario de esta última ciudad del 25 de mayo de 1809 y al fracasar el intento fue encarcelado. Libre en 1810 se une al Ejército Auxiliador de Juan José Castelli y se convierte en su secretario, juntos redactan la proclama de Tiwanaku.

En Buenos Aires tuvo bajo su dirección los periódicos La Gaceta, Mártir o Libre y El Independiente. En 1911 forma la Sociedad Patriótica que defiende las ideas morenistas. En 1813 integró la Asamblea Constituyente como representante de la provincia de Mendoza y cuando en 1815 fue depuesto el director Alvear se exilió en Europa.

En 1817 San Martín lo designó auditor de guerra del Ejército de los Andes, redactó el Acta de la Independencia de Chile y, tras la emancipación de Perú, se hizo cargo de la cartera de Guerra y Marina: En 1822 se desempeñó en Gobierno y Relaciones Exteriores. Adoptó benéficas disposiciones en el orden cultural, diplomático y militar pero, como consecuencia de la aplicación de algunos destierros y sanciones, se ganó el descontento popular. El Cabildo de Lima lo removió del cargo en julio de 1922 y le exigió la salida del país. Estuvo en Quito hasta 1824 cuando Bolivar le permitió retornar a Perú. Fue asesinado en Lima el 28 de enero de 1825. -Bibliografía

* Golman, Noemí. Historia y lenguaje, Los discursos de la Revolución de Mayo. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992. * Correa, Jorge. Febo Asoma, Figuras estelares de la Patria. Buenos Aires. Dirple Ediciones, 1999. * Altuna, Elena. “Monteagudo en sus escritos y en sus imágenes” en Chibán, Alicia (coordinadora), El archivo de la independencia y la ficción contemporánea. Salta. Consejo de Investigación, Universidad de Salta, 2004.
www.todoargentina.net/Literatura_argentina/Biografias_de_literatura/mo

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Por Roberto Koira, especial para Causa Popular.


El lado B de la historia: Juan José Castelli


Hombres de ideas

El 25 de mayo de 1811, a un año de la revolución de Mayo, Juan José Castelli, al mando de las fuerzas libertadoras en el Alto Perú, en la puerta del solar del Tiwanaku (a metros del lago Titicaca en la actual Bolivia) anuncia el fin de la servidumbre indígena declarando “todos somos iguales en esta tierra” y proclama la unión fraternal de los criollos con los indios. Era la reivindicación de un pueblo explotado y el nacimiento de un gobierno del pueblo y para el pueblo.


El historiador aymará Ramiro Reynaga define así a Castelli: “Es un criollo extraño que insiste en restaurar el Tawantinsuyu, el imperio incaico como lo llaman. Busca a los qheswaymaras armados para aliarse con ellos y habla con franqueza de los derechos de los indios”.

De este modo, el revolucionario olvidado le devolvía su dignidad a la gente postergada. Acción valiente y comprometida que se convierte, a la vez, en signo de la crueldad de la historia de nuestra América: tapar la verdad para que nadie retome sus banderas. La verdad de un gran hombre y la verdad y la justicia de una restauración. Pero el pueblo, como el agua, alguna vez vuelve a surgir inevitablemente a la superficie.

Para Castelli, la noción de derecho natural coloca a todos los hombres en situación de igualdad ante la ley, sin distinción de raza u origen. Así, el derecho es la expresión de la dignidad con la cual la naturaleza ha dotado a todos los hombres por igual. Y por esta causa, se derogan todos los abusos perjudiciales a los naturales como cargas e imposiciones indebidas, se les da tierras y se piensa en su formación creándose escuelas para ellos. En estos conceptos se apoya para formular el fin de la servidumbre indígena determinando que los derechos recuperados no son sólo sociales sino también políticos.

Con este fin les otorga el derecho a representación y establece la libre elección de los caciques por sus comunidades y la eliminación de los privilegios de propiedad o sangre que gozaban sus jefes. En un mismo tono, ordena la realización de elecciones libres por parroquia para designar un diputado indígena en el congreso general de las provincias del antiguo virreinato. De este modo, son reconocidos los indios como ciudadanos de un Estado, sin decretar la supresión de la comunidad indígena aunque ordenando mecanismos de democratización interna. Porque cuando se reconoce el origen de cada persona y se respeta su derecho a pertenecer a una comunidad se lo reconoce también como ciudadano.

Así, en Tiawanaku, Castelli proclamaba: “En este caso se consideran los naturales de este distrito que por tantos años han sido mirados con abandono y negligencia, oprimidos y defraudados en sus derechos y en cierto modo excluidos de la misma condición de hombres que no se negaba a otras clases rebajadas por la preocupación de su origen. Así es que después de haber declarado el gobierno superior con la justicia que reviste su carácter que los indios son y deben ser reputados con igual opción que los demás habitantes nacionales a todos los cargos, empleos, destinos, honores y distinciones por la igualdad de derechos de ciudadanos, sin otra diferencia que la que presta el mérito y aptitud”.

El compromiso de este revolucionario de Mayo iba más allá de las palabras y toma más significación en su acción. Esto sucede porque era un convencido de lo que hacía y así lo afirmaba: “amo todo lo americano, respeto sus derechos y tengo consagrada mi existencia a la restauración de su inmunidad”. Su concepto de revolución se desarrolla a partir de la noción ideal del derecho, lo que explica su idealismo republicano y el modo entrañable con el que se vinculaba con el pueblo. Cuando se despliega el proceso en su contra por su conducta pública y militar son reiterados los relatos donde se señala el trato cordial y cariñoso expresado por Castelli a los indios.

El coronel José León Domínguez señala, por ejemplo, que “los recibía benignamente, los acariciaba, alzándolos del suelo donde se postraban según su antigua costumbre, los abrazaba y decía que éramos hermanos e iguales”. Y aunque según Noemí Goldman “el sufragio indígena junto a las demás medidas en favor de los indios no tuvieron efectos jurídicos inmediatos”, su proclamación fue suficiente para alarmar a las clases altas alto peruanas.

Si a esto se suman las medidas represivas ordenadas por Castelli no sólo contra los opositores españoles, sino igualmente contra los sospechosos, no es difícil imaginar los temores despertados en las élites criollas y peninsulares. Por cierto, y retomando los términos de Tulio Halperín Donghi, “el Alto Perú no sabía si había sido liberado o conquistado por las tropas porteñas”.

Sospechas y alarmas que nos hacen suponer que a Castelli lo pararon los poderes de turno que veían en su accionar revolucionario el fin de sus prebendas. Por eso lo persiguieron y lo juzgaron. Su angustia fue tal que murió de un cáncer de lengua. Final cruel y paradójico para quien fuera la voz de la Revolución de Mayo.

Castelli textual

“Ningún tirano haría progresos si no hubieren malvados que conducidos por el egoísmo y arrastrados por el torrente de la pasiones antisociales, no sirviesen de apoyo al trono erigido por los déspotas entre las ruinas de la virtud y derechos más augustos del hombre”.

“Sabed que el gobierno de donde yo procedo solo aspira a restituir a los pueblos su libertad civil y que vosotros bajo su protección viviréis libres gozando en paz juntamente con nosotros esos derechos originarios que nos usurpó la fuerza. En una palabra, la junta de la capital os mirará como a hermanos, y os considerará como iguales, éste es todo su plan, y jamás discrepará de él mi conducta”. “Si el Pueblo es el origen de toda autoridad, y el magistrado no es sino un precario ecónomo de sus intereses, es un deber suyo manifestar los motivos que determinan sus operaciones”.

“Un corazón formado en la intriga y habituado al crimen no puede ocultar por mucho tiempo el veneno que lo alimenta, y aunque la explosión de su malicia se dilata algunas veces, al fin se descubre sus progresos” “La muerte será la mayor recompensa de mis fatigas, cuando haya visto ya expirar a todos los enemigos de mi patria, porque entonces nada tendrá que desear mi corazón, y mi esperanza quedará en una eterna apatía, al ver asegurada para siempre la libertad del Pueblo Americano”.

Su Vida

Nació en Buenos Aires el 19 de julio de 1764. Estudió filosofía en el Real Colegio de San Carlos y en el Colegio Montserrat de Córdoba. Se recibió de abogado en la Universidad de Charcas. Era primo y amigo de Manuel Belgrano, quien lo designó como suplente de la secretaría del Consulado en 1796. Junto a Belgrano, Rodríguez Peña y Vieytes, fue uno de los precursores de la Revolución de Mayo. Castelli fue comisionado para intimar al Virrey Cisneros a que cesara en su cargo y fue el encargado de defender la posición patriota en las sesiones del Cabildo del 22 de Mayo de 1810. Fue nombrado vocal de la Primera Junta, organismo que le encargó la represión de la contrarrevolución de Liniers en Córdoba donde actuó con toda energía fusilándolo al ex virrey y a sus cómplices.

Luego se le encomendó la misión de ocupar el Alto Perú, donde impuso un gobierno revolucionario que ejecutó a varios funcionarios reales. Castelli pactó una tregua con los realistas que éstos no cumplieron y sorprendieron traicioneramente a las fuerzas criollas derrotándolas en Huaqui el 20 de junio de 1811. De regreso a Buenos Aires el Triunvirato lo procesó y encarceló. El "orador de la revolución" morirá de un cáncer en la lengua el 12 de octubre de 1812.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar. Felipe Pigna


Bibliografía

- Golman, Noemí. Historia y lenguaje, Los discursos de la Revolución de Mayo. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992.

- Chaves, Julio César Castelli. El adalid de Mayo. Buenos Aires, Leviatán, 1957.

- Pigna, Felipe. Los mitos de la historia argentina. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2003.

www.causapopular.com.ar/article1796.html

Por Roberto Koira, especial para Causa Popular.


Eva Perón y el Partido Peronista Femenino

La Macri buena
Las luchas por las reivindicaciones de los derechos de la mujer tuvo en el país varias precursoras, pero con la irrupción de Eva Perón y la sanción en 1947, el voto femenino y la consecuente igualdad de derechos de la mujer con los del hombre se hicieron realidad. Entrevista a Ana Macri, una de las delegadas organizadoras designadas en 1949 por Eva Perón y diputada nacional por el Partido Peronista Femenino.


Para fines de la década del 40, la Argentina no era precisamente una adelantada en materia de derechos de la mujer, sino todo lo contrario.

El primer país en sancionar el voto femenino fue Nueva Zelanda en 1893, luego lo siguió Australia (1902), Finlandia (1906), Noruega (1913), Dinamarca (1915), Holanda y Unión Soviética (1917), Canadá y Luxemburgo (1918), Gran Bretaña (parcial en 1918, completo en 1928), Austria, Checoslovaquia, Alemania, Polonia, Suecia y Estados Unidos (1919, año en que nace Eva), Bélgica (1919 parcial, 1948 completo), Ecuador (1929, primer país latinoamericano), Sudáfrica (1930, parcial sólo para blancas), Brasil y Uruguay (1932), Turquía y Cuba (1934), España (1931), Francia (1944), Italia y Japón (1946), Argentina y China (1947), Corea del Sur e Israel (1948), Chile, India e Indonesia (1949), Paraguay (1961, último país de América Latina), Suiza (1971). Ya en la década del 80 las mujeres podían votar en todo el mundo a excepción de algunos pocos países musulmanes.

Aunque se había logrado el objetivo de poder votar, la visión de Eva fue más allá ya que comprendió que si la mujer no tenía una herramienta política que la respaldara, la igualdad de los derechos con el hombre sólo quedaría en el terreno de lo formal y no en el de la realidad.

Con ese objeto decide formar en 1949 el Partido Peronista Femenino, que se constituyó en una experiencia inédita y única de verdadera participación femenina sin intervención alguna del hombre, ni en su organización ni en su concepción.

Ana Macri es una testigo privilegiada de esa experiencia, ya que fue una de las delegadas que designó Eva Perón para organizar el partido en el interior del país y una de las primeras diputadas nacionales que tuvo la Argentina.

- ¿Cómo surge este movimiento?

- Para Eva, el Partido Femenino era el arma política fundamental de la mujer. Entonces decide formarlo a través de un congreso con mujeres de todo el país y las convoca en el teatro Nacional Cervantes, donde se hace una asamblea general desde el 26 de julio de 1949 hasta el 31 de julio. Hay un entusiasmo bárbaro y de todas las provincias llegan muchas mujeres. Eva Perón habla de la organización que debe hacerse y se la elige como presidente del partido femenino. Se lo llama a Perón, que en ese momento estaba en el Luna Park en el congreso de los hombres, para que le hable a la concurrencia y así arrancó todo.

- ¿Y cómo se lleva a cabo la organización del Partido?

- En el Congreso se forman las primeras mujeres: 23 delegas censistas, una para cada provincia. Eva dice que por tiempo y por distancia no puede hacerse cargo de toda la organización y que va a mandar a cada mujer, como delegada de ella, para que con sus instrucciones hagan las Unidades Básicas Femeninas, en donde se aliente y se tenga conocimiento de la doctrina Peronista. Y entonces ella las va eligiendo y luego todas tenemos una reunión con Perón.

- ¿Cómo conoce a Eva?

- Yo estaba en la Fundación, en el Hogar de Tránsito número 2, que hoy es el museo Eva Perón. Allí me nombran en el 48 como secretaria a cargo de la dirección del Hogar. Ella viaja en el 47 a Europa y, cuando vuelve, ya se pone de lleno a trabajar en la Fundación, por lo que recorre todos los establecimientos a su cargo, que son muchísimos, y ahí es que me conoce. Ella tenía una obra tan grande, con esa columna de mujeres que atendía y con todos los establecimientos que iba formando: policlínicos, hogares escuela, hogares estudiantiles y cuatrocientas escuelas que después las trasladó a la Nación. Entonces se necesitaba tener personal y acudió a la gente cercana de Perón y justo en ese momento se había intervenido la Sociedad de Beneficencia de la Capital y se había puesto allí al doctor Armando Méndez San Martín (que después fue Ministro de Educación). A cada persona que ella conocía que tenía una función directiva le pedía ciertas condiciones: capacidad de trabajo, honestidad y dedicación

- En esa época colocar el adjetivo Femenino al Partido ya era revolucionario.

- Estaba en los programas de Perón lo de hacer el voto femenino y Eva puso en práctica lo del partido. Una de las cualidades era su persistencia, su tozudez. No había imposibles para ella. Cuando en la Asamblea dice que va a ser Presidenta pero que va a mandar delegadas a cada provincia, ahí en ese momento no nos nombra, pero nos llama y nos junta en la residencia donde nos conocemos quienes vamos a ir a cada provincia. Entonces, decide mandarme primero a Tucumán.

- ¿Qué tipo de trabajo iban a hacer?

- Inicialmente íbamos nosotros y ella, que había pensado todo, nos había mandado gente anteriormente para buscar lo que sería la sede del partido. Así que nosotros llegábamos con un papel donde estaba nuestro nombramiento como delegada y censista de ella en la provincia. En aquel momento, llegabas allí y cada cual obraba de acuerdo con su forma de ser. Yo fui al gobernador de la provincia y le pedí un medio de locomoción. Me dio un jeep y con un megáfono salí a recorrer la ciudad llamando a las mujeres para que vinieran a la sede central para afiliarse.

- ¿Qué decía? ¿Se acuerda su discurso?

- En la inauguración de la sede hago una conferencia sobre la doctrina peronista y sobre la fundación que está haciendo Eva Perón. Las invito a afiliarse y así van cayendo todos los días nuevas afiliaciones, después empiezo a recorrer las distintas seccionales de la capital de Tucumán y a los tres meses de estar en Tucumán había afiliado a 5000 mujeres. Luego fui a Santa Fe donde en dos años hicimos 658 Unidades Básicas.

- Unidades básicas sólo para mujeres...

- Sí. En eso Evita era terminante: no quería saber nada con que el hombre interviniera en las unidades femeninas, en absoluto, porque decía que ellos tenían las viejas mañas de la política y que ella quería un movimiento leal, desinteresado y honesto. Yo a veces conseguía los locales municipales y otras veces las mismas mujeres entusiastas daban su comedor o la salita que tenían. Los hombres, donde funcionaba la unidad básica, no podían entrar.

- ¿Cómo hacían las mujeres para decirle al marido: acá no?

- Y... ya lo sabían, y los maridos se lo aguantaban. Aquello era nuevo para el hombre. Igualmente las encargadas de decirlo eran las delegadas. Es decir, yo iba a una casa a inaugurar una unidad básica y ahí ponía en los antecedentes que el hombre no debía intervenir en la formación del movimiento femenino por expresa indicación de la presidenta del partido. Por otro lado, ella nos decía que no quería que los dirigentes se hicieran caudillos. Entonces, una vez que habíamos terminado de organizar, ya nos teníamos que volver para tratar de no interferir en el desempeño de la nueva persona que mandaban para allá.

- Usted era la pionera, la piedra fundacional y después seguían la obra. La cuestión era despersonalizar la política.

- Sí. Además, nosotros no designábamos a quienes queríamos como subdelegadas. Nosotros íbamos a un lugar y teníamos colaboradoras y las mandábamos una al norte y otra al sur, por ejemplo, para preparar los encuentros con las mujeres. Buscábamos algún lugar para hablarles por primera vez, después se iba por segunda vez y se hacía una reunión más chica de mujeres y se sacaban conclusiones acerca de quién podía servir para ser subdelegada. Se les preguntaba si querían hacerse cargo y si estaban en condiciones y después le pedíamos los datos. Entonces, mandaba una terna, por ejemplo, para Esperanza (Santa Fe) y Eva finalmente elegía.

- ¿Qué clases sociales estaban representadas en el partido? ¿Solo había gente de clase humilde o todas tenían cierta preparación?

- Algunas eran domésticas, es decir amas de casa, pero también había maestras de Santa Fe, empleadas. Yo me acuerdo que Evita me había dicho a mí que ella prefería la gente sencilla, "no esas doctorcitas que después te traicionan”.

- Usted dice como que Eva quería despertar la ambición en personas que no la tenía, como la gente del Hogar de Tránsito, para que viva mejor. Pero que desconfiaba quizá en el exceso de ambición.

- Bueno eso para la política, para su movimiento que era fruto del esfuerzo de ella y del General, para que no viniera nadie a destruir lo realizado con tanta lucha.

- ¿Qué esperaba Evita de la mujer, tanto en el espacio público como en el privado?

- Quería que la mujer fuera fuerte en su hogar, en la lucha cívica, que tomara su lugar a semejanza del hombre. Lo que no quería era que políticamente, por lo menos en la organización, se mezclara con el hombre porque el hombre la iba a manejar. Y así fue que la mujer se fue haciendo. ¡Si antes, en aquella época, ni siquiera había mujeres que salieran solas! Salían con la madre.

- ¿Era feminista Evita?

- En política era feminista y en su humanidad era femenina. Eso era Evita. Era una mujer de agallas en la política, en la cuestión ciudadana. Y una vez me dijo cuando a ustedes les lleguen a preguntar cómo es que anda con los pobres y se viste con joyas, cuéntenles que no hago vida social más que la oficial, que soy femenina y me gustan las joyas como a toda mujer. Y yo veo que a los necesitados y pobrecitos que vienen a verme les encanta verme así, entonces yo me visto para ellos. Esa es la explicación.

www.causapopular.com.ar/article1342.html

Por Roberto Carlos Koira, especial para Causa Popular


Gloria y horror

LA OTRA MIRADA: JORGE PIAGGIO. EX FUTBOLISTA(*)

Integró el plantel que ganó el Mundial Juvenil 79. Tiene un primo desaparecido. Y el día en que el plantel volvió de Japón, en medio de la recepción triunfalista, su tía fue apaleada.


Era septiembre de 1979. El país se desangraba con una dictadura que daba forma a dos Argentinas: la oficial del no te metás y la clandestina de los desaparecidos. En medio del horror silenciado, unos chicos atorrantes ganaban un Mundial Juvenil en la lejana Tokio, donde poco se conocía de ese deporte llamado fútbol. El día en que llegaron los juveniles campeones había que mostrar el país oficial al mundo. Por eso desalojaron a palazos a las Madres que se reunían todos los jueves en la Plaza de Mayo. Entre los ilustres pibes de Japón estaba Jorge Piaggio, un aguerrido defensor que daba sus primeros pasos en Atlanta. Su primo José Delpozo había desaparecido a los 20 años, en 1978, mientras cumplía con el servicio militar. Y su madre Elida, militante en las Madres, estaba ese día en la Plaza de Mayo, poniéndole el cuerpo a la represión. Tiempos de plomo que azotaron al país desde el 24 de marzo de 1976, hace ya -desde mañana- 24 años. Piaggio, a 20 años de aquella recepción, repasa imágenes que todavía le duelen. Fuimos utilizados. Nos fue a buscar un avión de la Fuerza Aérea a Brasil porque el nuestro tenía demora, pero nosotros teníamos que estar acá a la tardecita porque había una comisión de derechos humanos investigando. Nuestra llegada les venía al pelo y sacaron toda la gente a la calle, hicieron tal operativo que nosotros nos preguntábamos: ¿Tanto hicimos? -en ese instante Piaggio pone cara de asombro-. De Aeroparque nos llevaron en helicóptero a la cancha de Atlanta y de ahí en micro por todo Corrientes. La gente nos saludaba como en la visita del Papa al país. Había muchas cosas que ocultar. En la radio el Gordo Muñoz decía: salgan a recibir a los muchachos. Y después nos recibió Videla y nos dijo que éramos un ejemplo para la juventud argentina. Pero sin el manijón ese no sé cuánta gente hubiese ido. Creo que querían mostrar, como decía el eslogan, que los argentinos éramos derechos y humanos. Había que demostrarle eso a la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos que estaba investigando sobre los desaparecidos, admite con un gesto de resignación. Hay un juego de coincidencias en el que Piaggio argumenta que el recibimiento post Mundial fue minuciosamente preparado. Cuando terminó el torneo, en lugar de viajar enseguida a Buenos Aires, a los jugadores misteriosamente les dieron unos días de descanso en Japón. Después el avión que los traía para Argentina (donde iba todo el plantel con excepción de César Menotti y Ramón Díaz, quienes se habían quedado en Europa con la Selección mayor) fue demorado en Río de Janeiro. Y por la tarde se presentó un avión oficial con el que finalmente pudieron llegar. Si hubiésemos seguido con el plan de vuelo original, habríamos llegado a la madrugada. En cambio, llegamos a la tarde y el recibimiento se produjo en una hora pico. Después del Mundial 79, Piaggio regresó a su pueblo, Conesa (entre Pergamino y San Nicolás), donde se enteró de lo que le había pasado a su tía en la Plaza de Mayo. Igual en esa época yo no comprendía mucho del tema, recién cuando regresó la democracia y empezó a saltar todo me di cuenta de que habíamos sido usados. Si la gente sale espontáneamente a saludar es otra cosa, pero también hubo muchas personas que decían que se levantaban temprano para vernos jugar y eso sí era auténtico. De su primo, a Piaggio sólo le quedan recuerdos de cuando jugaban juntos en Pujato, donde estaban radicados los Delpozo, aunque él tenía más afinidad con el hermano menor de José, Guillermo, de su misma edad. Cada vez que hablamos de esa época mi tía se emociona. Ahora se radicó en Conesa, donde con su marido y el hijo que le queda trata de aferrase a la vida. Pero no olvida el pasado. A los 40 años, Piaggio es encargado de compras de disquerías Chaltén y forma parte del grupo de jugadores que estuvieron en ese Juvenil de Maradona, Ramón Díaz y Cía. y no pudieron salvarse con el fútbol, como Rafael Seria (tiene un taxi en Capital Federal) y Alfredo Torres (es encargado de una pizzería en Luján).Aun así conserva su alma de futbolista cuando admite que aunque el ambiente te desplace yo voy a morir jugador de fútbol. Por eso, a pesar de todo lo que supo con el tiempo, rescata la legitimidad de ese título mundial para Argentina. El éxito final -razona a la distancia- fue manejado por los que en ese momento tenían el poder, pero a ese equipo la gente lo quería. Hoy, muchas veces, me sorprendo por el gran recuerdo que nuestro fútbol dejó en los hinchas. En Japón, Piaggio apenas jugó un ratito contra Argelia: entró por el lesionado Juan Simón en el segundo tiempo. Suficiente para sentirse parte de un notable éxito. Más allá de todo.





(*)Nota escrita por Roberto Koira y publicada en el diario Clarín el 23 de marzo del 2000. Ver archivo en www.clarin.com/diario/2000/03/23/r-01201d.htm/