viernes, 23 de noviembre de 2007

Mariano Moreno

Mariano Moreno fue la llama que encendió la Primera Junta y, aunque no tuvo una actuación destacada en los acontecimientos de la Semana de Mayo, cuando asumió como secretario del primer gobierno patrio, empezó su actividad revolucionaria que marcaría fuertemente este proceso.

En ese marco, Moreno buscaba borrar todo rastro del yugo español y por esto describe un cuadro de situación jurídico y social con las diferencias entre los americanos y los españoles europeos en América: “El español europeo que pisaba en ellas (estas tierras) era noble desde su ingreso, rico a los pocos años de residencia, dueño de los empleos y con todo el ascendiente que da sobre los que obedecen, la prepotencia de hombres que mandan lejos de sus hogares... y aunque se reconocen sin patria, sin apoyo, sin parientes y enteramente sujetos al arbitrio de los que se complacen de ser sus hermanos, les gritan todavía con desprecio: americanos, alejaos de nosotros, resistimos vuestra igualdad, nos degradaríamos con ella, pues la naturaleza os ha criado para vegetar en la obscuridad y abatimiento”.

Se lo acusó de Jacobino por la firmeza de sus propósitos y decisiones como cuando presentó su Plan de Operaciones y aclaró al público que “no debía escandalizarse por el sentido de mis voces de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa.

Para conseguir el ideal revolucionario hace falta recurrir a medios muy radicales”. Y en ese tono explicaba que había que seguir “la conducta más cruel y sanguinaria con los enemigos” para alcanzar el fin más importante: la total independencia.

El Secretario era el fogonero de los sectores que buscaban algo más que un cambio administrativo. Es decir, los que querían cambios económicos y sociales más profundos.

En ese pensamiento Moreno creía que la revolución había que monitorearla desde Buenos Aires, ya que, según su lógica, el interior continuaba siendo controlado por las elites conservadores vinculadas al poder anterior.

El presidente de la Junta Cornelio Saavedra, referente de los moderados conciliadores con las ex autoridades coloniales, era su más enconado adversario y para desprestigiar a Moreno compara su accionar con el de Robespierre.

Como explica Noemí Goldman “la referencia negativa a la Revolución Francesa es empleada por Saavedra para atacar a su enemigo. Sus acusaciones no están desprovistas de pasión, pues la lucha entre dos tendencias se había polarizado entre los dos hombres”.

Y para reafirmar este concepto Goldman agrega: “La etiqueta de Malvado de Robespierre aplicada por Saavedra a su adversario apunta a esa caracterización de la revolución como regeneración del viejo orden, como al contenido y a la forma de aplicación de un programa revolucionario que lejos de haber sido precedentemente elaborado por Moreno fue resultado de la concreta lucha política”.

Tanta osadía no es soportada por los personeros del poder y los privilegios. Así comienza una campaña para aislarlo de sus aliados (como Juan José Castelli que es enviado como jefe del ejercito patrio al Alto Perú y Manuel Belgrano, con la misma función, va al Paraguay) y que tiene su toque final con la incorporación de los delegados del interior que se incorporan al poder ejecutivo y no al Congreso Constituyente como pretendía Moreno.

Con su poder debilitado renuncia como Secretario de la Junta y luego se le designa a una misión a Londres. En el trayecto hacia su destino, muere en alta mar, en extrañas circunstancias . Su acción política abarca sólo seis meses de nuestra historia, pero su ejemplo revolucionario perdura por siempre en el imaginario de una patria justa, libre y soberana.

Moreno Textual

“El más seguro recurso de los tiranos es la división de los pueblos, pues equilibrada entonces su fuerza, quedan al fin despedazados y sujetos”.(...)

“No puede atacarse impunemente los derechos de los pueblos. En los particulares súbditos es un crimen de traición; pero en los magistrados y autoridades es la más enorme y sacrílega violación de la fidelidad que deben a la confianza pública, y a las leyes constitucionales de sus empleos. Las autoridades todas derivan de los pueblos, en su primer origen, el poder que sobre ellos ejercen, y por una ley suprema, que es la suma de todas las instituciones políticas es manifiesto, que no lo confirieron para que, abusando en su ejercicio, lo convirtiesen en destrucción del mismo de quien lo han recibido”.(...)

“¿Creen que los hijos del país puedan volver a las cadenas? ¿No conocen los enemigos que, aún cuando logren nuestro exterminio, nuestros hijos han de vengar la muerte de sus padres?”. (...)

“Causa ternura el celo con que se esfuerza el Pueblo para socorrer el Erario en los gastos precisos para la expedición. Las clases más pobres de la Sociedad son las primeras que se apresuraron a porfía a consagrar a la patria una parte de su escasa fortuna: empezarán los ricos las erogaciones propias de su caudal y de su celo, pero aunque un comercio rico excite la admiración por la gruesa cantidad de donativo, no podrá disputar ya al pobre el mérito recomendable de la prontitud de sus ofertas”. (...)

“La libertad de los pueblos no consiste en palabras, ni debe existir en los papeles solamente. Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad; y este cántico maquinal es muy compatible con las cadenas y opresión de los que lo entonan”.(...)

“El gobierno antiguo nos había condenado a vegetar en la oscuridad y abatimiento, pero como la naturaleza nos ha criado para grandes cosas, hemos empezado a obrarlas, limpiando el terreno de tanto mandón ignorante”. (...)

“Desde el descubrimiento empezó la malicia a perseguir unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas. Se ve continuamente sacarse violentamente a estos infelices de sus hogares y patrias, para venir a ser víctimas de una disimulada inmolación. Se ven precisados a entrar por conductos estrechos y subterráneos cargando sobre sus hombros los alimentos y herramientas necesarias para su labor, a estar encerrados por muchos días, a sacar después los metales que han excavado sobre sus propias espaldas, con notoria infracción de las leyes, que prohiben que aun voluntariamente puedan llevar cargar sobre sus hombros, padecimientos que, unidos al mal trato que les es consiguiente, ocasionan que de las cuatro partes de indios que salen de la mita, rara vez regresen a sus patrias las tres enteras”. (...)

Su vida

Nació en Buenos Aires el 23 de septiembre de 1778. Su padre, Manuel Moreno y Argumosa, era funcionario de la Tesorería de las Cajas Rurales.

Su madre, Ana María Valle, era una de las pocas mujeres en Buenos Aires que sabía leer y escribir, y con ella aprendió sus primeras letras. Su aprendizaje posterior estuvo limitado por las escasas posibilidades económicas de su familia: la escuela del Rey y el Colegio de San Carlos, que sólo se lo admitió como oyente.

Fray Cayetano Rodríguez, uno de los maestros de Moreno, le abrió la biblioteca de su convento. Su aspiración de seguir estudios en la Universidad de Chuquisaca se vio postergada hasta que su padre pudo reunir el dinero necesario.

Finalmente, en noviembre de 1799, Moreno emprendió la travesía hacia el Norte. Dos meses y medio de viaje, incluyendo quince días de enfermedad en Tucumán, fueron el prólogo de la nueva etapa de su vida.

Moreno tenía veintiún años cuando llegó a Chuquisaca. Allí trabó una profunda amistad con el canónigo Terrazas, hombre de gran cultura que le facilitó el acceso a su biblioteca y lo incluyó en su círculo de amigos y discípulos.

Respetando la voluntad de su padre, en 1800 siguió los cursos de teología en la universidad de Chuquisaca. Un año después se doctoró e inició los cursos de derecho.

De todos los autores que frecuentó en la biblioteca de Terrazas, Juan de Solórzano y Pereyra y Victorián de Villalba, le dejaron la más profunda huella. Solórzano reclamaba, en su Política Indiana, la igualdad de derechos para los criollos.

Villalba, en su Discurso sobre la mita de Potosí, denunciaba la brutal esclavitud a que se sometía a los indios en las explotaciones mineras. También fue en aquella biblioteca donde Moreno tomó contacto con la obra de Rousseau y quedó impresionado por su estilo directo y contundente: "El hombre es libre, pero en todas partes se halla encadenado", decía el autor de El contrato social.

En 1802, Moreno visitó Potosí y quedó profundamente conmovido por el grado de explotación y miseria al que eran sometidos los indígenas en las minas.

De regreso a Chuquisaca, escribió su Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios. En 1804, Moreno se enamoró de una joven de Charcas, María Guadalupe Cuenca.

Se casaron a poco de conocerse y un año después, nació Marianito. La situación de los Moreno en Chuquisaca se estaba tornando complicada.

Entre 1803 y 1804, Moreno había hecho su práctica jurídica en el estudio de Agustín Gascón, asumiendo la defensa de varios indios contra los abusos de sus patrones.

Las presiones aumentaron y Moreno decidió regresar a Buenos Aires con su familia. A poco de llegar, a mediados de 1805, comenzó a ejercer su profesión de abogado y fue nombrado Relator de la Audiencia y asesor del Cabildo de Buenos Aires.

En 1809 escribió su célebre Representación de los hacendados donde defiende la libertad de comercio. La redacción de este documento acercó a Moreno a los sectores revolucionarios, que venían formándose desde las invasiones inglesas, y de los que se había mantenido a una prudente distancia.

Tal vez por eso lo haya sorprendido el nombramiento como secretario de la Primera Junta de Gobierno, según cuenta su hermano Manuel. Bajo su impulso, la Junta produjo la apertura de varios puertos al comercio exterior, redujo los derechos de exportación y redactó un reglamento de comercio, medidas con las que pretendió mejorar la situación económica y la recaudación fiscal.

Creó la biblioteca pública y el órgano oficial del gobierno revolucionario, La Gazeta, dirigida por el propio Moreno. Por una circular del 27 de mayo de 1810, la Junta invitaba a las provincias interiores a enviar diputados para integrarse a un Congreso General Constituyente.

En Buenos Aires, el ex virrey Cisneros y los miembros de la Audiencia trataron de huir a Montevideo y unirse a Elío (que no acataba la autoridad de Buenos Aires y logrará ser nombrado virrey), pero fueron arrestados y enviados a España en un buque inglés.

En Córdoba se produjo un levantamiento contrarrevolucionario de ex funcionarios españoles desocupados, encabezado por Santiago de Liniers. El movimiento fue rápidamente derrotado por las fuerzas patriotas al mando de Francisco Ortiz de Ocampo. Liniers y sus compañeros fueron detenidos.

La Junta de Buenos Aires ordenó que fueran fusilados, pero Ocampo se negó a cumplir la orden por haber sido compañero de Liniers durante las invasiones inglesas. Encargó entonces la tarea a Juan José Castelli, quien cumplió con la sentencia, fusilando a Liniers y sus cómplices el 26 de agosto de 1810.

En julio, la Junta había encargado a Moreno la redacción de un Plan de Operaciones, destinado a unificar los propósitos y estrategias de la revolución. En el Plan de Operaciones, Moreno propuso promover una insurrección en la Banda Oriental y el Sur del Brasil, seguir fingiendo lealtad a Fernando VII para ganar tiempo, y garantizar la neutralidad o el apoyo de Inglaterra y Portugal, expropiar las riquezas de los españoles y destinar esos fondos a crear ingenios y fábricas, y fortalecer la navegación.

A poco de asumir el nuevo gobierno, se habían evidenciado las diferencias entre el presidente, Saavedra, y su secretario. Moreno, preocupado por los sentimientos conservadores que predominaban en el interior, entendió que la influencia de los diputados que comenzaban a llegar sería negativa para el desarrollo de la revolución.

A partir de una maniobra de Saavedra, estos diputados se fueron incorporando al Ejecutivo, y no al prometido Congreso Constituyente. Moreno se opuso y pidió que se respetara la disposición del 27.

Pero estaba en minoría y sólo recibió el apoyo de Paso. Cornelio Saavedra, moderado y conciliador con las ex autoridades coloniales, había logrado imponerse sobre Mariano Moreno. Para desembarazarse de él lo envió a Europa con una misión relacionada con la compra de armamento.

Moreno aceptó, quizás con la intención de dar tiempo a sus partidarios para revertir la situación, y quizás también para salvar su vida.

La fragata inglesa Fama soltó amarras el 24 de enero de 1811. A poco de partir Moreno, que nunca había gozado de buena salud, se sintió enfermo y le comentó a sus acompañantes: "Algo funesto se anuncia en mi viaje...". Las presunciones de Moreno no eran infundadas.

Resulta altamente sospechoso que el gobierno porteño hubiera firmado contrato con un tal Mr. Curtís el 9 de febrero, es decir, quince días después de la partida del ex secretario de la Junta de Mayo, adjudicándole una misión idéntica a la de Moreno para el equipamiento del incipiente ejército nacional.

El artículo 11 de este documento aclara "que si el señor doctor don Mariano Moreno hubiere fallecido, o por algún accidente imprevisto no se hallare en Inglaterra, deberá entenderse Mr. Curtís con don Aniceto Padilla en los mismos términos que lo habría hecho el doctor Moreno".

Al poco tiempo de partir Moreno hacia su destino londinense, Guadalupe, que había recibido en una encomienda anónima un abanico de luto, un velo y un par de guantes negros, comenzó a escribirle decenas de cartas a su esposo que nunca llegaron a destino.

Mariano Moreno murió el 4 de marzo de 1811, tras ingerir una sospechosa medicina suministrada por el capitán del barco. Su cuerpo fue arrojado al mar envuelto en una bandera inglesa. Su mujer se enteró de la trágica noticia varios meses después, cuando Saavedra lanzó su célebre frase: "Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego".

Los boticarios de la época solían describir los síntomas producidos por la ingesta de arsénico como a un fuego que quema las entrañas.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

Bibliografía:

- Goldman, Noemí. Historia y lenguaje, Los discursos de la Revolución de Mayo. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992.
- Pigna, Felipe. Los mitos de la historia argentina. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2003.
- Fernández, Belisario y Castagnino, Eduardo. Guión Moreniano. Buenos Aires, Ediciones La obra, 1964.
- Candia, Enrique. Las ideas políticas de Mariano Moreno, Autenticidad del plan que le es atribuido. Buenos Aires, Peuser, 1946.
- De Vedia y Mitre, Mariano. Jornadas Argentinas. Buenos Aires, Librería e Imprenta de Mayo, 1912.

www.causapopular.com.ar/article1922.html

Por Roberto Koira, especial para Causa Popular.


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