Detrás de fríos números sobre la Emergencia Habitacional de la ciudad de Buenos Aires hay personas e historias que no salen a la luz y que la mayoría mira de costado. Es que para mucha gente es difícil ponerse en el lugar del otro y comprender el drama profundo de los sin techo. Historias como las de Juan y Graciela que viven bajo la Autopista 25 de Mayo y sobre la calle Pasco, describen el desamparo de no tener adónde vivir.
Cuenta Graciela: “Hace tres días que estamos acá y por ahora no nos corrieron. Nos tuvimos que ir de un terreno baldío de México y Alberti porque ahí paraban personas muy violentas que se emborrachaban y nos amenazaban con cuchillos. Antes dormíamos en la Recova de Once, donde se juntaba mucha gente a la noche. Con él (por Juan) vivíamos en un hotel cuando cobrábamos el subsidio de parte del Gobierno (de la Ciudad), pero este beneficio solo puede pedirse dos veces según me dijeron. También ahí vivíamos con mi mamá que es muy viejita. Al final con ella terminamos viviendo en el Hospital Piñeiro internadas y después yo la dejé ahí para que se la llevaran a un asilo. Encima tengo miedo que me acusen de abandono de persona, pero no tenía otra salida que dejarla ahí. No sé a dónde la llevaron así que no la pude ver más y para mí es un dolor muy grande. Lo único que pido para mi vida es trabajo, porque cuando me quedé sin trabajo también me quedé sin casa y perdí mi autoestima. Yo antes era otra persona: me arreglaba, estaba alegre, ahora no sé a dónde voy a estar el día de mañana”.
Juan miraba a Graciela como esperando el turno para hablar. El también tenía cosas que decir: “Yo cartoneo y vivimos al día. No puedo conseguir un subsidio porque me quedé sin documento y cuando lo fui a hacer, por Villa Urquiza donde vivía, me dijeron que debía pagar 5 pesos por la foto y yo no tenía la plata. Cobraba un subsidio que me permitía vivir en un hotel, pero se me venció la constancia del documento en trámite y por eso no puedo cobrar más. Ahora vivimos en la calle, al menos bajo la Autopista no nos mojamos cuando llueve. Aunque cada 3 meses la policía te puede correr del lugar. Si vamos a los hogares municipales nos llenamos de piojos o sarna y hasta te pueden robar lo poco que tenés. Encima, hay que levantarse a las 7 de la mañana porque a esa hora te echan. Nosotros no pedimos nada, solo casa y trabajo”.
Adriana vino del Chaco y terminó recalando al costado de las vías del ferrocarril Roca en Barracas. “Al menos después de recorrer varios lugares de la Capital encontramos un lugar para vivir. Acá no hay agua y apenas tenemos luz, pero al menos tenemos un techo. La casa será de chapa y cartón, pero algo es algo. Yo no quiero volver a la calle, tengo cinco chicos y si no me quedo acá, no tengo a dónde ir”.
Ramón, que vive en el asentamiento de Gallo y Corrientes, contó que “por suerte tenía un familiar acá y pude hacerme una casita de material. A veces tenemos amenazas de desalojo, pero yo creo que vamos a resistirnos a eso, si nosotros no tenemos a dónde ir. Yo trabajo en una curtiembre de la zona pero con lo que gano no llego a fin de mes. A veces tengo suerte y consigo alguna changa para zafar”.
Estos son testimonios que valen más que mil palabras, que mil promesas. Da vergüenza que en la Argentina muchas personas no tengan acceso a dos derechos fundamentales para la dignidad de un ser humano: la vivienda y el trabajo.
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Por Roberto Koira para Revista Zoom
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