Caía la noche sobre Constitución. Como cada lunes después de un fin de semana largo en la calle no había un alma. Después de haber estado en la casa de unos amigos tomé el 143 hacia Lugano. El bondi subió por Garay y el único contraste eran las “chicas” buscando clientes. Brasil, Chiclana, poca gente y nada de ruido. Un par de parroquianos se bajaron en la villa que está enfrente de la cancha de San Lorenzo. Con tanta quietud, empecé a cabecear. Casi me quedo dormido. Una señora me golpeó la pierna con su bolso de mimbre y acabó con la somnolencia.
En Villa Soldati , el mismo clima de quietud de un día feriado. Apenas una jauría de perros tras una hembra alzada rompiendo la monotonía. Cuando el colectivo llegó a la estación de Lugano, toqué el timbre y me bajé. Llegué a casa y encendí la televisión en busca de alguna noticia perdida sobre los sucesos del sábado en Gualeguaychú. Un cronista de Telenoche transmitía desde Santa Fe y Callao. Según su relato, el pueblo había montado en cólera y hacía sonar sus cacerolas por la intransigencia del gobierno a solucionar el tema del “campo”. Otros móviles ubicados en zona norte transmitían imágenes parecidas a la primera, gente elegante haciendo sonar sus cacerolas. Después más móviles, pero desde Gualeguaychú o Córdoba.
Me pregunté: ¿viviré en otro país o estoy viendo la CNN? No, era Canal 13. Estuve viajando durante 40 minutos por la ciudad de Buenos Aires y no escuché ninguna cacerola. ¿Me habré quedado sordo? No, los cacerolazos que transmitía la tele los escuchaba. ¿Cuál era la verdadera realidad?
Todavía incrédulo seguí mirando Telenoche y observé detenidamente las imágenes de los caceroleros y sus pancartas. La mayoría eran insultos, agravios e intransigencia y me pregunté otra vez: ¿todo esto por unos puntos de retenciones?
Sentí que había algo más detrás y decidí ir a la Plaza de Mayo el miércoles. La democracia está por arriba de cualquier disputa política. Cuando hay un Golpe de Estado es el pueblo el que lo paga con su sangre.
Desde temprano, miles de personas se congregaron en Plaza de Mayo. Mucha movilizada por los aparatos partidarios o sindicales, aunque lo que me llamó la atención fue la gente que apareció sola por motu propio. Algunas personas hasta improvisaron carteles caseros con consignas simples como “Aguante Cristina” o “Estamos por la Democracia”. Hasta que aparecieron las Madres de Plaza de Mayo y vi los rostros de los desaparecidos en sus carteles. Fueron 30.000 pero parecen que no hubiese alcanzado, ya que todavía hay gente que cree que los Golpes de Estado son gratuitos y nada pasa.
Esos rostros de la Plaza eran diferentes a los de los caceroleros paquetes, había muchas caras ajadas por el trabajo y ropa de segunda marca. Me acordé de la trillada consigna “Solo el pueblo salvará al pueblo” y ya no me pareció tan trillada. A veces uno debe salir en defensa propia para preservar sus derechos, y más cuando son los que nos atañen a todos los argentinos.
En la Plaza del miércoles no hubo agresión, hubo esperanza de construir una Argentina para todos y sin darle un cheque en blanco al gobierno, ni mucho menos. Con el himno la emoción empezó a brotar. Luego, el discurso de la Presidenta me dejó prendida una frase: “contribuir a construir más democracia y más institución”.
¿Será tan difícil que el lucro de unos pocos deje de ser un obstáculo para que otros argentinos puedan tener una vida más digna? Con la esperanza de que los golpistas no siempre tienen la última palabra, me fui de la Plaza de Mayo.
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Por Roberto Koira para Revista Zoom
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