Corría el año 2000: época de la recesión que se había iniciado con Menem y que continuaba con De la Rúa. Tiempos de la irrupción del fenómeno piquetero. Clarín estaba alineado con el gobierno y no había lugar para la crítica ni interna, ni externa. Un rumor sonaba cada vez más fuerte: el Grupo andaba mal financieramente y la venta del matutino estaba a la vuelta de la esquina.
Con una facturación anual de 2.200 millones de dólares, el Grupo Clarín tenía su principal agujero negro en CTI, Direct TV y Multicanal. Los estadounidenses de Goldman Sachs entraron como inversionistas y compraron 18 % del total de grupo en 500 millones de dólares. Esto evidenciaba que había un agujero económico. Para que Goldman Sachs desembolsara el dinero había una condición: ajuste. Y, como siempre, los ajustes empiezan por lo más delgado: los trabajadores.
El año había comenzado mal para los periodistas de Clarín. Los directivos de la empresa habían planificado una serie de despidos escalonados: 15 en mayo, 15 en junio y 15 en julio. La complicidad de los delegados sindicales del diario era evidente. Todo estalló el 26 de julio ante la noticia de una nueva ola de cesantías y la redacción del diario se autoconvocó en asamblea. Allí se decidió expulsar por mal desempeño a los delegados Carlos Quatromano y Rubén Camaratta y realizar elecciones para elegir a los nuevos representantes gremiales. La consigna era: “Ni un solo despido más en Clarín. Si echan a uno, paramos todos”.
Según Pablo Llonto, autor del libro La Noble Ernestina y delegado por muchos años en Clarín, “El objetivo de la empresa fue desmantelar todo tipo de organización sindical interna, mucho más aquella que no controlaba, ya que se trataba de una comisión interna nueva surgida en oposición a dos delegados pro patronales que la empresa controlaba. Una asamblea de trabajadores echó a los dos delegados vendidos y convocó a nuevas elecciones.”
El urnazo
La reorganización se hacía lentamente, ya que a la burocracia de UTPBA no le hacía ninguna gracia la movida. Mientras tanto, el gerente de personal, Jorge Filgueras, con el aval de Héctor Magnetto, se reunía con los delegados Camaratta y Quatromano para refrescarles que habían recibido por parte de la empresa adelantos de 25.000 y 62.670 dólares respectivamente y entregarles documentación que les podía servir para desactivar la movida sindical. “Con los años se descubrió en un expediente judicial laboral que efectivamente la empresa había apañado a los delegados patronales a través de préstamos que nunca les cobró”, explica Llonto para dar más luz al tema.
Antes de una semana, los delegados removidos lograron que un juez laboral, sobre la base de la documentación que les facilitó el diario, dictara una resolución para suspender las elecciones.
En contrapartida, se realizó una nueva asamblea que decidió apelar la decisión judicial y realizar las elecciones. “Hacemos las elecciones sí o sí. Para el caso que Clarín se niegue a dejar entrar las urnas propongo que se alquile una combi, se la adapte como cuarto oscuro y que votemos en la calle”, propuso una asambleísta.
Y así se hizo el 16 de agosto. 565 trabajadores desafiaron a la patronal de Clarín y abandonaron sus puestos de trabajo para votar en la calle dentro de la combi. Esa movida se conoció como “El urnazo” y de allí surgieron los diez integrantes de la nueva comisión: Ana Ale, de Economía; Olga Viglieca, de Zona; Aníbal Ces, de Infografía; Gustavo Bruzos, de Autos; Ariel Borestein, de Olé; Daniel Luna, Inés Ulanovsky y Mario Cocchi, de Fotografía; Beatriz Blanco, de Agenda y Daniel Ponzo, de Turf.
Como rememora Llonto, “Ana (Ale), mi compañera, resultó la delegada con más votos y esto también fue visto con desagrado por la empresa, porque además se trataba de una de las periodistas con mayor prestigio en el diario, con cargo jerárquico e insobornable y que marcaba la continuidad de una lucha de muchas décadas. Ana ya había sido activista sindical y delegada entre 1979 y 1989”.
El Clarinete
Ana Ale y Olga Viglieca, secretarias general y adjunta respectivamente, pidieron una reunión con las autoridades del diario, que se negaron a recibirlas. A la par, empezó a aparecer Clarinete, el periódico que en los ‘70 y ‘80 corría clandestino en la redacción para denunciar los abusos del “Gran Diario Argentino”.
La Asamblea redactó petitorios con demandas que incluían la reducción de las jornadas laborales de nueve y diez horas a las seis horas que marca el convenio colectivo; efectivización de los colaboradores y los contratados; el cese de los despidos; respeto a la actividad sindical; y la denuncia de la discriminación sufrida por embarazadas y madres en lactancia.
En una asamblea del gremio, los trabajadores de Clarín pidieron la expulsión de Camaratta y Quatromano por traidores, pero Daniel das Neves, secretario general de UTPBA decidió salvar a Camaratta a través de una votación.
En el marco de esa victoria de la burocracia sindical, la empresa, el 4 de noviembre, resolvió vallar la entrada tras efectivizar 117 despidos, incluida toda la comisión interna y gran parte de la junta electoral. “Clarín fue apañado en aquel momento por el Ministerio de Trabajo de Fernando de la Rúa que no hizo absolutamente nada por aplicar la conciliación obligatoria en una empresa que ECHA a LOS DIEZ DELEGADOS DE LA COMISION INTERNA”, grafica Llonto.
Un custodio y un policía les informaban a los trabajadores quiénes podían ingresar y quienes no, a través de un listado hecho por Filgueras. Con un detalle: los periodistas considerados más peligrosos, tenían su legajo acompañado por una foto. Los telegramas empezaron a llegar con la democrática causa de despido: participar en asambleas.
Por la noche, los periodistas intentaron impedir la salida de los camiones de la calle Zepita cargados de diarios, pero fueron dispersados por dos carros de asalto de Infantería. Se decidió un paro el día domingo 5. Los despedidos y otros trabajadores trataron de garantizar la medida de fuerza, pero fueron reprimidos en la puerta del diario.
Por su parte, la empresa alquiló veinte camionetas con vidrios polarizados, para los que querían entrar al diario a trabajar. Mientras tanto, muchos redactores eran apretados por los jefes de sección, vía celular, para elegir ese camino. Así se partió la huelga y ya el lunes 6 el ánimo no era el mismo. En esas condiciones, se convocó la última asamblea que optó por el levantamiento de la medida de fuerza por 79 votos a favor, 55 en contra y 46 abstenciones. Todo bajo la atenta mirada de los servicios de inteligencia que filmaban desde los techos aledaños al diario.
Después de toda esta hecatombe, cayeron en desgracia los correctores del diario, con la excusa de que “los errores pueden ser corregidos por los programas de computación”. Fueron despedidos 35 de ellos, sólo se salvaron algunos jefes. Más de cien errores groseros por mes en las páginas de Clarín corroboran esa acertada decisión.
Multicanal continuaría la misma política: en diciembre de 2000 despediría a 200 trabajadores. Los balances de 2001 exhibían una merma en la facturación del Grupo de 2.100 a 1.500 millones de dólares. En agosto de 2001, debía 164 millones de dólares, solo de Multicanal. Pocos meses después, Duhalde y su pesificación asimétrica hicieron el milagro de licuar las deudas. “Se cae Clarín”, el fuerte rumor de ese año, solo fue un mal recuerdo para Héctor y Ernestina.
El año había comenzado mal para los periodistas de Clarín. Los directivos de la empresa habían planificado una serie de despidos escalonados: 15 en mayo, 15 en junio y 15 en julio. La complicidad de los delegados sindicales del diario era evidente. Todo estalló el 26 de julio ante la noticia de una nueva ola de cesantías y la redacción del diario se autoconvocó en asamblea. Allí se decidió expulsar por mal desempeño a los delegados Carlos Quatromano y Rubén Camaratta y realizar elecciones para elegir a los nuevos representantes gremiales. La consigna era: “Ni un solo despido más en Clarín. Si echan a uno, paramos todos”.
Según Pablo Llonto, autor del libro La Noble Ernestina y delegado por muchos años en Clarín, “El objetivo de la empresa fue desmantelar todo tipo de organización sindical interna, mucho más aquella que no controlaba, ya que se trataba de una comisión interna nueva surgida en oposición a dos delegados pro patronales que la empresa controlaba. Una asamblea de trabajadores echó a los dos delegados vendidos y convocó a nuevas elecciones.”
El urnazo
La reorganización se hacía lentamente, ya que a la burocracia de UTPBA no le hacía ninguna gracia la movida. Mientras tanto, el gerente de personal, Jorge Filgueras, con el aval de Héctor Magnetto, se reunía con los delegados Camaratta y Quatromano para refrescarles que habían recibido por parte de la empresa adelantos de 25.000 y 62.670 dólares respectivamente y entregarles documentación que les podía servir para desactivar la movida sindical. “Con los años se descubrió en un expediente judicial laboral que efectivamente la empresa había apañado a los delegados patronales a través de préstamos que nunca les cobró”, explica Llonto para dar más luz al tema.
Antes de una semana, los delegados removidos lograron que un juez laboral, sobre la base de la documentación que les facilitó el diario, dictara una resolución para suspender las elecciones.
En contrapartida, se realizó una nueva asamblea que decidió apelar la decisión judicial y realizar las elecciones. “Hacemos las elecciones sí o sí. Para el caso que Clarín se niegue a dejar entrar las urnas propongo que se alquile una combi, se la adapte como cuarto oscuro y que votemos en la calle”, propuso una asambleísta.
Y así se hizo el 16 de agosto. 565 trabajadores desafiaron a la patronal de Clarín y abandonaron sus puestos de trabajo para votar en la calle dentro de la combi. Esa movida se conoció como “El urnazo” y de allí surgieron los diez integrantes de la nueva comisión: Ana Ale, de Economía; Olga Viglieca, de Zona; Aníbal Ces, de Infografía; Gustavo Bruzos, de Autos; Ariel Borestein, de Olé; Daniel Luna, Inés Ulanovsky y Mario Cocchi, de Fotografía; Beatriz Blanco, de Agenda y Daniel Ponzo, de Turf.
Como rememora Llonto, “Ana (Ale), mi compañera, resultó la delegada con más votos y esto también fue visto con desagrado por la empresa, porque además se trataba de una de las periodistas con mayor prestigio en el diario, con cargo jerárquico e insobornable y que marcaba la continuidad de una lucha de muchas décadas. Ana ya había sido activista sindical y delegada entre 1979 y 1989”.
El Clarinete
Ana Ale y Olga Viglieca, secretarias general y adjunta respectivamente, pidieron una reunión con las autoridades del diario, que se negaron a recibirlas. A la par, empezó a aparecer Clarinete, el periódico que en los ‘70 y ‘80 corría clandestino en la redacción para denunciar los abusos del “Gran Diario Argentino”.
La Asamblea redactó petitorios con demandas que incluían la reducción de las jornadas laborales de nueve y diez horas a las seis horas que marca el convenio colectivo; efectivización de los colaboradores y los contratados; el cese de los despidos; respeto a la actividad sindical; y la denuncia de la discriminación sufrida por embarazadas y madres en lactancia.
En una asamblea del gremio, los trabajadores de Clarín pidieron la expulsión de Camaratta y Quatromano por traidores, pero Daniel das Neves, secretario general de UTPBA decidió salvar a Camaratta a través de una votación.
En el marco de esa victoria de la burocracia sindical, la empresa, el 4 de noviembre, resolvió vallar la entrada tras efectivizar 117 despidos, incluida toda la comisión interna y gran parte de la junta electoral. “Clarín fue apañado en aquel momento por el Ministerio de Trabajo de Fernando de la Rúa que no hizo absolutamente nada por aplicar la conciliación obligatoria en una empresa que ECHA a LOS DIEZ DELEGADOS DE LA COMISION INTERNA”, grafica Llonto.
Un custodio y un policía les informaban a los trabajadores quiénes podían ingresar y quienes no, a través de un listado hecho por Filgueras. Con un detalle: los periodistas considerados más peligrosos, tenían su legajo acompañado por una foto. Los telegramas empezaron a llegar con la democrática causa de despido: participar en asambleas.
Por la noche, los periodistas intentaron impedir la salida de los camiones de la calle Zepita cargados de diarios, pero fueron dispersados por dos carros de asalto de Infantería. Se decidió un paro el día domingo 5. Los despedidos y otros trabajadores trataron de garantizar la medida de fuerza, pero fueron reprimidos en la puerta del diario.
Por su parte, la empresa alquiló veinte camionetas con vidrios polarizados, para los que querían entrar al diario a trabajar. Mientras tanto, muchos redactores eran apretados por los jefes de sección, vía celular, para elegir ese camino. Así se partió la huelga y ya el lunes 6 el ánimo no era el mismo. En esas condiciones, se convocó la última asamblea que optó por el levantamiento de la medida de fuerza por 79 votos a favor, 55 en contra y 46 abstenciones. Todo bajo la atenta mirada de los servicios de inteligencia que filmaban desde los techos aledaños al diario.
Después de toda esta hecatombe, cayeron en desgracia los correctores del diario, con la excusa de que “los errores pueden ser corregidos por los programas de computación”. Fueron despedidos 35 de ellos, sólo se salvaron algunos jefes. Más de cien errores groseros por mes en las páginas de Clarín corroboran esa acertada decisión.
Multicanal continuaría la misma política: en diciembre de 2000 despediría a 200 trabajadores. Los balances de 2001 exhibían una merma en la facturación del Grupo de 2.100 a 1.500 millones de dólares. En agosto de 2001, debía 164 millones de dólares, solo de Multicanal. Pocos meses después, Duhalde y su pesificación asimétrica hicieron el milagro de licuar las deudas. “Se cae Clarín”, el fuerte rumor de ese año, solo fue un mal recuerdo para Héctor y Ernestina.
Fuente: La Noble Ernestina , Pablo Llonto
Por Roberto Koira para Revista Zoom
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