Aunque la Argentina no pudo conseguir que Brasil le cediera un pequeña parte del gas que importa de Bolivia, la reunión entre Lula Da Silva, Evo Morales y Cristina Fernández es un definitivo paso hacia la integración energética de Sudamérica, lugar de que también ocupa un rol preponderante Venezuela. Con Bolivia y Venezuela como principales productores y Brasil y Argentina en el rol de mayores consumidores, América del Sur tiene el privilegio de autoabastecerse de energía. Por eso es fundamental, para llegar a esa realidad, encarar decisivamente la integración regional, sin medias tintas y de en base a las distintas necesidades de los países.
Esta integración energética es la cabeza de la integración regional. Para esto es necesario llegar a políticas de desarrollo y cooperación de todos los actores. Esto echaría por tierra el proyecto de integración energética de Estados Unidos, que le garantizaba el abastecimiento petrolero, base de sus políticas de seguridad.
Al principios de los 90, George Bush (padre) presentó la “Iniciativa de las Américas”, para facilitar el ingreso de las empresas petroleras yanquis en el mercado energético de América latina. Esta iniciativa tuvo eco en los gobiernos latinoamericanos de la maldita década del 90, con Carlos Andrés Pérez (Venezuela) y Carlos Saúl Menem (Argentina) a la cabeza.
Después llegó el turno de el Proyecto de Integración Energética Hemisférica (IEH) de Bill Clinton en la Cumbre de Miami, de diciembre de 1994, antecedente de integración continental del ALCA, centrado en el campo de la energía. La receta era la de siempre: reformas a los marcos jurídicos del sector energético de los distintos países de la región, la desregulación de los mercados y las privatizaciones.
Ante el problema energético mundial hay que desarrollar estrategias para garantizar el acceso de todos los sudamericanos a la energía. Para esto hay que tratar de superar las diferencias o por lo menos sincerar las necesidades de cada uno y buscar las soluciones. En ese tono se necesita una salida de cooperación y planificación de todos los actores latinoamericanos a largo plazo.
Argentina, Bolivia y Brasil crecen en su consumo energético. Bolivia duplicó su consumo general desde 2004 y ahora no puede cumplir las promesas realizadas a Argentina en materia de venta de gas, hoy le pasa la mitad de lo que le habían consensuado. Con respecto a Brasil, Argentina es un pequeño importador para Bolivia. La principal preocupación del gobierno es el volumen y no tanto los precios. Este volumen no termina de alcanzar a una demanda creciente y esto atenta en la producción, el crecimiento y el empleo.
El primer encuentro entre Cristina Kirchner y Lula le puso marco a la alianza estratégica con Brasil como eje de la política exterior argentina en el Cono Sur. Este desafío intenta recomponer los desequilibrios producidos en el área energética, no sólo en ese sector, después de la nefasta política argentina en la década del ’90, donde el país también perdió territorio en materia nuclear. En la actualidad Brasil construye centrales nucleares y descubrió importantes yacimientos de petróleo y gas. Por eso es necesario complementarse entre ambas naciones y la reafirmación de esta alianza es altamente positiva.
En relación con Bolivia, Argentina ha retomado protagonismo allí y con esto en la política regional energética. Ahora este juego de relaciones permitió una negociación tripartita con relación al envío de gas desde Bolivia a los dos países compradores: Estas tratativas pondrán a prueba la solidez de los vínculos de la región. Argentina es garante del equilibrio regional y un escenario que también entra la estratégica relación con Venezuela. Con este último agente el mapa principal de la integración esta completo. Ahora el desafío esta planteado en dirimir con sinceridad todas las diferencias y concentrarse en el principal objetivo que es: la independencia energética total del cono Sur con respecto al mundo.
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